Piazzolla, un león entre dos mundos

Viernes 5 de Julio de 2002. Año 2 – Número 683

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Este mes, al recordarse los primeros diez años de su muerte, los múltiples homenajes, tanto populares como clásicos, confirman la personalidad múltiple de un hombre que vivió sus 71 años (1921-1992) creando y destruyendo, afirmando y negando, ángel y demonio.

POR HORACIO DE DIOS

“Mirá, Astor, largar a un grupo con la polenta de este para tocar con una orquesta sinfónica es lo mismo que dejar a una mina maravillosa por una muñeca inflable”, fueron las palabras de Horacio Malvicino cuando Piazzolla le dijo que disolvía el sexteto con el que estaban en gira por Europa en 1989 para irse a tocar sólo con conjuntos de cámara. El dato lo tomé de la completa y apasionante investigación que María Susana Azzi y Simón Collier le dedicaron a su vida y obra (Ateneo 2002).

Y así los abandonó, como tantas otras veces, para pasar a otra cosa. El mismo Malvicino, que había tocado con él desde hacía más de treinta años de manera interrumpida, lo cuenta en el número especial que le dedicó La Maga: “Con una simpleza total se sentó en el primer asiento del micro -es un final para una película- y fuimos primero a su casa y bajó. Despacito dijo chau y agarró el fueye y su valijita y se fue caminando… Y ahí se terminó. Fue una cosa tremenda”.

Este mes, al recordarse los primeros diez años de su muerte, los múltiples homenajes, tanto populares como clásicos, confirman la personalidad múltiple de un hombre que vivió sus 71 años (1921-1992) creando y destruyendo, afirmando y negando, ángel y demonio.

Escuchamos su concierto para Bandoneón y Orquesta en el Teatro Colón con el mismo respeto que Balada para un Loco en una tanguería. Y los discos en su memoria recogen de la misma manera las versiones de los argentinos (Daniel Binelli, Leopoldo Federico, Néstor Marconi, Julio Pane, etc.) como de los extranjeros (Gerry Mulligan, Gidon Kremer, Yo Yo Ma, Rostropovich, etc.) Y en un nivel tan excepcional que Víctor Oliveros uno de sus mayores amigos pudo decir acertadamente que “es tan grande que el segundo no entra en la foto”. Aunque el mismo Astor, a pesar de las declaraciones permanentemente contradictorias y muchas veces tan irritantes como injustas, hizo las paces con su realidad profunda cuando le escribió una carta a Gardel y una suite a Troilo para que no se murieran nunca.
Fue precisamente Pichuco, quien lo llamó El Gato. Y Astor Piazzolla era un felino jamás domesticado que se fue convirtiendo en un salvaje entre dos mundos. Era un león que luchaba íntimamente entre lo popular y lo clásico, por más que dijera que no había mas división en la música que entre la buena y la mala. Pero muchos consideran que su mayor obra final fue La Camorra, grabada en American Clavé en New York que parece un testamento tanguero.
No le molestaba que le dijeran camorrero. Le gustaba provocar, tanto en las bromas feroces que le hacía a sus amigos (aunque a él no le gustara que se las hicieran) como en sus cambios de humor incluso con las personas que más quería. Estaba tironeado por las tensiones que enriquecieron su música, que convirtió en música toda su biografía. Desde la infancia en New York, donde aprendió zapateo americano y participó en bandas juveniles antes de conocerlo a Gardel, hasta su adolescencia en Mar del Plata y el traslado a Buenos Aires para tocar con Troilo a los 17 años hasta que se largó a volar sólo. Sólo es una manera de decir porque siempre lo acompaño el bandoneón que era su otro yo.

En la famosa anécdota con Nadia Boulanger, cuando al presentarse lo hizo con sus piezas clásicas y sin animarse a decir que también tocaba el fueye. Fue la profesora quien le pidió algo más personal y cuando comenzó su propio “Triunfal” la francesa lo interrumpió: “No abandone jamás esto. Esta es su música. Aquí está Piazzolla”.

Astor, que era un compositor infatigable, comparable a Mozart en fecundidad, siempre lo hacía en el piano salvo cuando le salió del alma el dolor ante la muerte de don Vicente. Luego de estar en gira por Puerto Rico, donde se enteró de la noticia, se encerró en su casa en New York y pidió que lo dejaran solo. Al principio su primera esposa Dedé lo escuchó tocar en bandoneón Nonino, un tema que había compuesto en París. Luego se “detuvo y recomenzó una melodía elegíaca absolutamente conmovedora. Era una continuación de aquel tango a su padre. Los sollozos allí se hicieron terribles. Yo nunca lo había sentido llorar así. Ni de ninguna otra manera”.
Nonino le había regalado su bandoneón a los 8 años…