Los faros del fin del mundo

NOTA DE TAPA: A 10 AÑOS DE LAS MUERTES DE YUPANQUI Y PIAZZOLLA
Clarín.com » Edición Domingo 14.04.2002 » Espectáculos » Los faros del fin del mundo

Desde el folclore y el tango, sus respectivas obras marcaron definitivamente la música argentina. A una década de sus muertes, se realizarán una serie de homenajes y conciertos.

MARIANO del MAZO

Si de algo sirvieron sus muertes fue para sedimentar las pasiones que despertaron sus vidas. Pasaron diez años y parecería que sus figuras ya quedaron a salvo de cualquier valoración distorsionada por la emoción.

Desde lugares distintos, Atahualpa Yupanqui y Astor Piazzolla definieron la última mitad del siglo XX de la música popular argentina. El trabajo, monumental, no fue tanto consecuencia de la mera inspiración sino del profundo estudio de la raíz folclórica y de la tradición tanguística. Sus búsquedas fueron pacientes pero obsesivas. Atahualpa vio en el paisaje la posibilidad de hablar de la soledad existencial y, en la vida del paisano, la excusa para elaborar una crítica social aguda que rara vez cayó en formas inflamadas. Piazzolla supo someter su diábolico vuelo musical a las necesidades de una típica: aprendió cada uno de los yeites de orquesta, se miró en el espejo de Julio De Caro y después se dedicó a estudiar música clásica con Ginastera y Boulanger y a concretar una ambición: convertir el tango en una forma de música de cámara contemporánea.

Hay en los dos algo de aislamiento y tenacidad, de exilio permanente. Hay en muchas de sus características rasgos de una argentinidad evidente: en la cara achinada de Yupanqui —y en su poética— se advierte una mirada zen; sus sentencias están afiladas por una inteligencia feroz de provinciano, con reverberancias de la malicia de Vizcacha. Piazzolla tenía el carácter volcánico del italiano, un temple de inmigrante frente a las adversidades.

Yupanqui tiene más de 1.200 composiciones y ocho libros, entre ellos El payador perseguido y El canto del viento. Fue perseguido político del primer peronismo, fugaz militante del Partido Comunista y muy hábil para evitar categorizaciones como cantor testimonial o “mucho peor, cantor de protesta”. Detestaba esa clase de definiciones y cuando le preguntaban su opinión de, por ejemplo, Los Quilapayun, respondía ironías: “Me parecen un camión lleno de peronistas”.

Piazzolla compuso más de 3.000 obras. Según consigna el libro de Simon Collier y María Susana Azzi, Piazzolla. Su vida y su música, el bandoneonista se consideraba un profesional que debía escribir algo cada día, “como si fuera un zapatero que hace su trabajo”. Tanto rigor sirvió también para fortalecerlo internamente. Solo así pudo resistir los embates y provocaciones que estallaron a mediados de los 50. Cuando un periodista le preguntó algunos años después por qué no tocaba tango para bailar, él respondió que para bailar “había ritmos serios como el cha cha cha, el boogie y el rock and roll.”

A una década de sus muertes, este año tendrán homenajes por separado y en for ma conjunta. La página 9 da cuenta de todo lo que se viene: recitales en el Teatro Colón y otras salas, edición de libros, muestras, concursos de interpretación, conferencias y clínicas.

A una década, entonces, sus frondosas obras continúan representando un campo enorme para explorar. Desde la palabra o desde la música delinearon una compleja trama estética que quizá sea insuperable. Más allá de la búsqueda de identidad y de la revolución (que, como conceptos, sirven para referirse a cualquiera de los dos) que encarnan hoy, fueron en su momento y alternadamente cuestionados o ignorados. Podrían haber elegido ver pasar la vida mirando los montes del Cerro Colorado o los tiburones desde un barco en Punta del Este. Pero Atahualpa nunca dejó de escuchar el ruido de los ejes de la carreta; Piazzolla siempre persiguió la roña que necesitaba para su música. Eligieron la épica.