5 agosto 2003
Por María Susana Azzi
Es escritora, antropóloga cultural, master en Administración de Empresas y Economía. Publicó, junto a Simon Collier, la biografía más completa sobre la vida y la obra del bandoneonista Astor Piazzolla, músico que revolucionó la música ciudadana argentina y proyectó internacionalmente el tango. Además de la coautoría de “Piazzolla: su vida y su música”, anteriormente, publicó “¡Tango!”, y “Antropología del tango”. Ha escrito para Sony Classical, Teldec Classics, RCA Victor, BMG, publicaciones musicológicas y antropológicas de EE.UU. y Europa, y brindó conferencias sobre el tango y Astor Piazzolla en cuatro continentes. Esta egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, en Ciencias Antropológicas (1987) y de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas), como Masters en Administración y Economía (1983), también es Traductora Pública Nacional recibida en 1973, en la Universidad Católica Argentina. Azzi participa en el Consejo Directivo de la Fundación Astor Piazzolla y en la Asociación Reina del Plata.
La música de tango se ejecuta en compás de 2/4, y en algunos casos en 3/3/2 (como Astor Piazzolla y algunos músicos que lo precedieron). El baile de tango de salón no es estructurado, aunque tiene sus códigos y todo milonguero los respeta. Fijar y anotar la coreografía del tango social es un disparate mayúsculo: sería congelarlo en una estructura para que todo el mundo lo baile igual. ¿Quién llevaría a cabo dicha estructuración? ¿Bajo qué sistema? El baile de tango se negocia día a día, noche a noche, disco a disco, minuto a minuto, entre un hombre y una mujer. Registrarlo por escrito empleando símbolos de notación para que todos den los mismos pasos, al mismo compás, y sin la emoción y la improvisación que el buen bailarín posee, sólo cabría en mentes dirigistas. El baile de tango está librado a las leyes de la estética, el lenguaje corporal, el ritmo cultural, el compás, la personalidad, el carácter emocional, la innovación. Podemos comparar estas leyes con las de mercado, donde cada uno es libre dentro de ciertas pautas que no se transgreden.
Fijar el precio del dólar en 3 pesos -como alguna vez planteó el presidente Kirchner y hoy se vuelve a repetir en esferas oficiales- es como decir que el tango debe bailarse en compás de 3/8. ¿Quién enseñaría ese nuevo ritmo? Alguna escuela estatal que lo planifique. Habría que afinar pianos y bandoneones a otra altura, y correr a imprimir partituras que contemplen el nuevo ritmo.
¿Hay recursos para financiar esta estructura rígida? Si se imprimen nuevos billetes, sin duda. Y habrá inflación como resultado de la impresión de nueva moneda. Se genera un mercado ficticio, regulado. ¿Adónde va a parar la creatividad de la gente? ¿La innovación? El tango se crea y recrea día a día. Nadie lo regula. Mientras el Congreso no apruebe la ley del tango en 3/8. La industria de papel y las imprentas ganarán con esta regulación. Generarán nuevos empleos, aunque transitorios. Arolas, Pugliese, Troilo, suprimidos. No nos habremos dado cuenta. Sólo existirá una manera de bailar. ¿Los emprendedores? No habrá más. ¿La multivocalidad? ¿La diversidad cultural? ¿Para qué crear? Falta el estímulo del consumidor que elige y manda. ¿Valor agregado? El tango sumó valor a través de décadas: desde sus orígenes africanos hasta el tango de hoy. Los símbolos acumulan significaciones en su tránsito al espacio temporal. El tango no escapa a esta regla: en su migración cultural durante los siglos XIX y XX, la impronta española, italiana, francesa, alemana y rioplatense hoy son su esencia.
Mientras en París el tango era un fenómeno endoclasista -los hombres y mujeres que bailaban eran de la misma clase social-, en las pistas de Buenos Aires las diferencias de clase desaparecían. Los hombres de la alta sociedad, los hacendados y los niños ricos compartían la pista con mujeres de barrios pobres, que ahora, gracias a su talento para el tango, se transformaban en encantadoras bailarinas de cabaret. En realidad, el tango migró de los sectores más humildes de la sociedad a París, la Ciudad Luz, para regresar a Buenos Aires legitimado y aceptado por la clase alta porteña, cuando la Primera Guerra Mundial envió de regreso a argentinos y uruguayos. Fue más tarde, en la década del 20, cuando la clase media lo aceptó. El tango fue entonces considerado decente. En esa época el cabaret constituía el centro social y musical de la vida porteña; el microcosmos de una sociedad que, a diferencia de París, era un crisol inclusivo. Es a esa inclusión social que la Argentina debe volver. ¿Será éste el último tango que el presidente Kirchner pretende bailar con el dólar?
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