12 de marzo de 2018
Experta en Astor Piazzolla, María Susana Azzi acaba de publicar una biografía del genial compositor, y en esta columna recuerda el momento en que Máxima eligió su tango más famoso para su boda real en Holanda.
Conocí a Dedé Wolff (primera esposa de Astor Piazzolla) en el mes de julio de 1995 y, a partir de allí, nació una amistad muy fuerte y sincera. La entrevisté innumerables veces en su casa y por teléfono, me brindó las cartas que había recibido de Astor, y tantísimas fotos que guardaba como su gran tesoro.
Un día, cuando repasábamos los años que vivieron en Nueva York junto a sus hijos Diana I. y Daniel H. (1958-60), llegamos al momento del fallecimiento de Nonino, el padre de Astor, el 13 de octubre de 1959. Qué angustia y qué dolor, encontrarse a miles de kilómetros en Puerto Rico, junto a Juan Carlos Copes y María Nieves, cuando la noticia llegó a oídos de Astor. Dedé, casualmente, había decidido volar desde Nueva York y estuvo cerca de su marido para acompañarlo. Astor se encerró en el living, pidió que lo dejaran solo y compuso sobre el bandoneón la obra con la cual más se lo identifica: Adiós Nonino.
Me confió Dedé que jamás en su vida había escuchado llorar a Astor como en aquel momento. A mí también me impactó conocer el desenlace de aquel señor que alquilaba bicicletas en la Mar del Plata de mi infancia. Para Astor Piazzolla no sólo fue un dolor inmenso, sino que la falta del padre tendría innumerables consecuencias en su vida y su música. Nonino era el padre que indudablemente transmitía seguridad y estabilidad emocional, cosas que perdería a partir de entonces y a las cuales le costó muchos años regresar.
Se separó de Dedé, dejó de ver a sus hijos y, mucho tiempo más tarde, conoció a Laura Escalada (quien sería su segunda esposa), y junto a ella recuperó la tranquilidad para escribir, componer y vivir. Con Laura me une también una amistad profunda. Musicalmente, a partir de 1960, su obra tuvo definitivamente el sello Piazzolla: una genial combinación de tango, jazz y música clásica contemporánea. Su melodía es pucciniana. Sus ídolos siempre fueron Bach, Béla Bartók y Antonio Vivaldi.
Con lágrimas de emoción y al compás de Adiós Nonino, el 2 de febrero de 2002 la argentina Máxima Zorreguieta contrajo matrimonio en la centenaria iglesia Nieuwe Kerk de Amsterdam con el Príncipe Guillermo Alejandro de Holanda, heredero al trono, y desde 2013, ambos son Reyes de la Casa de Orange-Nassau. El padre de Máxima no fue el padrino de la ceremonia ya que el Parlamento holandés no le permitió ingresar al país por el cargo que había desempeñado como Ministro de Agricultura y Ganadería durante el Proceso de Reorganización Nacional (1979-1981). Su madre decidió acompañar a su marido, y el padrino fue un hermano de Máxima. La música expresaba las emociones que sentía esta mujer argentina al no tener a su padre presente en la iglesia. Años más tarde, fue un gran placer conocer en Buenos Aires al bandoneonista holandés Carel Kraayenhof, famoso a partir de aquella interpretación para la boda real.