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Viernes, 5 de julio de 2002
CARLOS ARES | Buenos Aires
La publicación de un libro y de grabaciones poco conocidas y conciertos en su honor se unen al reconocimiento unánime que le fue negado en vida
Este tiempo en particular, tan frío, tan gris, tan desolado y melancólico, resuena como tantos otros anteriores, y probablemente como muchos de los que vendrán, en la melodía tanguera del Invierno porteño compuesto por Astor Piazzolla. Hacer saber y sentir que su música permanece, está allí, suena en todas partes y se inclinan ante ella los intérpretes y creadores de todos los géneros, es el verdadero homenaje que Buenos Aires le rinde a diez años de su muerte al músico que hizo la revolución del tango con su bandoneón y su talento.
La publicación de un libro, la edición de grabaciones hasta ahora poco conocidas, conciertos en su honor, los óleos dedicados del genial pintor Hermenegildo Sábat, y el reconocimiento unánime negado en vida son parte de un tributo merecido, aunque algo demorado en el tiempo. También en Madrid se representa actualmente, en el teatro Infanta Isabel, el espectáculo Estación Tango, creado y dirigido por Jorge Eines.
La relación de la ciudad con el músico que la exprimió una y otra vez en el fuelle de su bandoneón hasta hacerle transpirar el nuevo ritmo del tango siempre fue difícil. Ambos se deseaban y resistían. En agosto de 1990, Piazzolla sufrió un ataque cerebral y entró en coma en París, donde residía la mayor parte del año. En un intento desesperado, su esposa decidió regresar con él a Buenos Aires. Fueron 23 meses de agonía hasta que finalmente se produjo su muerte cerebral el 4 de julio de 1992 a las 11.15 de la noche. ¿Hubiera elegido Piazzolla morir en Buenos Aires?
El libro Astor Piazzolla, su vida y su música, editado hace casi dos años en inglés por la Oxford University Press, y ahora por El Ateneo de Buenos Aires en español, escrito a cuatro manos entre la antropóloga argentina María Susana Azzi y el investigador inglés Simón Collier, residente en Estados Unidos, dedica uno de sus capítulos precisamente a ‘La Lucha’ que el compositor sostuvo durante años en defensa de sus ideas renovadoras contra los próceres de la crítica argentina, que dictaban sentencia sobre lo que era y lo que no era tango. Piazzolla se burlaba abiertamente de ellos. Les provocaba y escandalizaba a todos con ironías como ésta: ‘Hasta Gardel también desafinaba’. Al fin, no podía evitar sentirse profundamente resentido ante la incomprensión.
Ya en 1963, Piazzolla contestaba: ‘Estoy harto de que todo el mundo me diga que lo mío no es tango. Como estoy cansado, les digo que, bueno, que lo mío, si quieren, es música de Buenos Aires. Pero la música de Buenos Aires, ¿cómo se llama?: tango. Entonces lo mío es tango’. No le bastaba la admiración de los grupos cada vez más numerosos de fanáticos que le seguían a todas partes desde fines de los años sesenta.
Los autores del libro no conocieron personalmente a Piazzolla. Se basaron en la serie de reportajes realizados por Alberto Speratti en 1968; por Diana Piazzolla, hija de Astor, en los años ochenta, y por el periodista Natalio Gorín para un libro autobiográfico. Además, recogieron durante cuatro años testimonios de músicos, amigos, de sus hijos Diana y Daniel, y de sus ex esposas, Dedé Wolf y Laura Escalada. El libro se abre con un reportaje al célebre chelista Yo-Yo-Ma, que editó un álbum dedicado a Piazzolla.
Al cabo de la lectura parece evidente que Astor Piazzolla, como Gardel, Borges o Maradona, parecía predestinado a convertirse en uno de los mitos emblemáticos de Buenos Aires. Nacido el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata, a los cuatro años ya residía en Nueva York, en donde se radicó su familia. El padre le regaló a los 9 años un bandoneón de segunda mano que había comprado por 18 dólares en un negocio del puerto. A los 13 años, el pibe argentino tocó para Gardel en Nueva York, fue uno de los bandoneones en la orquesta que acompañó al cantante cuando filmó El día que me quieras. Además, tuvo un papel secundario como vendedor de periódicos.
De regreso a Buenos Aires y después de tocar con Miguel Caló, convenció al mítico Aníbal Troilo de que se sabía todo el repertorio para entrar en su orquesta. Tocó todo el tango tradicional, hizo sus propios arreglos y dirigió una orquesta. En 1954, con su polémica Sinfonía de Buenos Aires, ganó una beca que le permitió viajar a París para estudiar con Nadya Boulanger. Ese encuentro fue decisivo en su carrera. Piazzolla la recordaba así: ‘Ella, más que nada, me dio confianza en mí mismo, me hizo ver que yo en el fondo era un tanguero, que lo demás también era importante, pero no era lo mío, era otro yo cerebral, falso. Y entonces todo lo que yo tenía contra el tango se volvió a favor dentro de mí’.
Antes de regresar grabó los temas que anunciaban la revolución: Prepárense, Picasso, Imperial, Marrón y Azul, y ya en Buenos Aires convocó a los músicos para integrar el Octeto, al que siguieron luego diversas formaciones. El poeta, investigador y ensayista Horacio Salas advierte que ‘en esa época ya estaba marcado su camino, varias de las versiones del Octeto influirían de manera decisiva en la futura evolución del tango, debido sobre todo a sus novedosas transformaciones rítmicas y contrapuntísticas’.
Para el pintor Hermenegildo Menchi Sábat, que trabaja escuchando música de tango y jazz, Piazzolla es una de las cumbres de la historia del tango, junto con De Caro y Troilo, y es comparable en el mundo a los grandes del jazz. Sus óleos se expusieron en el Centro Cultural Borges, donde se realizó también el Festival Internacional Astor Piazzolla 2002, organizado por la Fundación Astor Piazzolla. En el encuentro participaron músicos, bailarines y coreógrafos de Argentina, Francia, Italia, Alemania y Rusia. También acaba de editarse en Buenos Aires el álbum doble Astor Piazzolla: the tango way, the clasic way, que sigue la evolución del compositor a través de sus propias grabaciones y de otros célebres interpretes del tango, como Osvaldo Pugliese, Raúl Garello, José Baso o Leopoldo Federico, hasta llegar a los temas escritos con el poeta Horacio Ferrer, como la Balada para un loco o Chiquilín de Bachín.