ASTOR PIAZZOLLA: SU VIDA Y SU MÚSICA

Primera Plana

ASTOR PIAZZOLLA: SU VIDA Y SU MÚSICA, por María Susana Azzi y Simon Collier

(Editorial El Ateneo, 2002, 526 páginas).

Los detractores de Piazzolla, que eran legión en nuestro país en las décadas del 60 y del 70, y que aún conformaban huestes importantes en los ambientes tangueros tradicionalistas en la del 80, deben haberse sentido desconcertados cuando de pronto los acordes de su música emergían de alguna prestigiosa película extranjera, confundidos con las lenguas y las geografías más variadas. Hasta entonces el olimpo de las grandes figuras argentinas ofrecidas a la consideración universal estaba integrado sólo por Gardel, Fangio y Maradona (premios Nobel y otra figuras del deporte, aparte). Para un público culto, recién se empezaba a aceptar, a regañadientes, que se sumara Borges (otro trasgresor, para colmo, antiperonista). ¿Qué hacía ahora ese enemigo declarado del tango bailable merodeando en las cercanías de nuestro panteón de los héroes? ¿Qué significaban esos aborrecidos -pero ay, inconfundibles- “ecos” entrecortados, esos ritmos y armonías y melodismos que a algunos les podían gustar pero que decididamente” no eran tango”, arribando con fuerza del mundo exterior?

A fines de los 80, Piazzolla ya era reconocido en varios de los más prestigiosos cenáculos musicales como uno de los grandes creadores del siglo. La pesadilla de los tangueros a la antigua, se había cumplido: el “asesino del tango” -así llegó a llamárselo- había triunfado ” afuera”, mientras aquí muchos seguían discutiendo todavía si merecía ser reconocido, a lo sumo, como un renovador menor del género.

Destacar la sólida metodología de investigación de esta obra no tributa justicia al que seguramente constituye su mayor mérito: el sostenido interés que despierta su lectura. Porque las 250 entrevistas realizadas por la antropóloga cultural María Susana Azzi a colaboradores, parientes, amigos y conocidos del artista; la más de media docena de países en que se desarrolló la investigación; los casi cinco años que insumió; la notable compaginación de datos biográficos, impresiones personales, chismes y anécdotas de todo tipo; las explicaciones musicológicas didácticas pero sin pretensiones eruditas sobre las características de una música singularmente compleja son apenas datos que esta biografía puede compartir con otras extranjeras -su exhaustiva metodología de abordaje de la vida de un artista no es habitual en nuestro medio-, pero que no dan cuenta de por qué ella nos cautiva, pese a sus nutridas más de 500 páginas, cuando muchas de sus congéneres provocan nuestra rendición incondicional casi desde el comienzo.

La ayuda, en parte, el hecho de que la vida de Piazzolla fue en muchos aspectos casi novelesca (el libro lo aprovecha sagazmente). Su historia es la conocida del muchacho humilde que triunfa tras vencer incontables obstáculos. Se inscribe por ello también -en otro registro- en el mito del self-made-man americano, al que Piazzolla no era ajeno ya que en alguna medida los Estados Unidos -así lo manifestó varias veces- eran su segunda patria.
Allí transcurrió su infancia, porque sus padres habían emigrado en busca de mejores horizontes laborales en una suerte de exilio precursor de la inversión del ciclo inmigratorio en la Argentina, ahora en triste apogeo. Sus correrías en la Little Italy con adolescentes casi marginales, entre los que luego alcanzarían tambien la gloria, en este caso por la fuerza de sus puños, personajes como La Motta y Rocky Graziano; su amistad infantil con Gardel y la imprevisible fortuna -por una inesperada pero inconmovible oposición paterna a que lo acompañara en su último viaje- que lo salvó del trágico accidente de Medellín; su vuelta a su país de origen y su precoz introducción en el mundo tanguero, en el que pronto brillaría como arreglador impar de tangos nuevos y canónicos; su reclutamiento por la orquesta de gran “Pichuco” con quien mantendría, aun después de su alejamiento de aquélla, un vínculo de respeto y afecto que subsistiría siempre pese a que sus respectivos partidarios los habían convertido en iconos emblemáticos de los bandos opuestos, todo o al menos mucho de la vida de Piazzolla ofrece ribetes casi folletinescos.

Buenas reseñas sobre el libro -en especial la publicada por René Vargas Vera en el suplemento literario de La Nación, el 30.06.02- han dado ya debida cuenta de la excelente sistematización de sus contenidos, por lo que no abundaremos en ello. Preferimos abordar brevemente otro aspecto.

Toda obra importante -y ésta a nuestro criterio lo es- expresa más de lo que dice. En relación con ello, cabe destacar que el libro es también una visión en escorzo, desde la perspectiva de la vida de un gran creador, del último medio siglo del país. De su ajetreada evolución institucional, de sus postergados sueños de progreso, de la continua utilización por los gobiernos de turno, tanto legítimos como de facto, del arte y los artistas y los ídolos populares en general, con menguados fines políticos. La obra ofrece en ese sentido múltiples y a veces dolorosas resonancias, que se encarnan en nuestra realidad actual.

Aquí la biografía parece desafiar, en sintonía con uno de los rasgos característicos de la música de Piazzolla, los límites de su género. Cada uno deberá descubrir por sí mismo los mensajes subterráneos que le evoca. Pero quizá una de las claves ocultas que alcance a descubrir sea, a la vista de la vida de este gran músico, que posiblemente hubiese muerto relegado y olvidado de no haber traspuesto, con decisión, las fronteras de su patria, que el mundo no es nuestro enemigo, que el mundo es por el contrario -buena parte de nuestros políticos todavía deben aprenderlo- el espacio social y económico y cultural donde se decide nuestro destino.