Balada para un bandoneón

Domingo, 30 de junio de 2002

La biografía “Astor Piazzolla”, de Susana Azzi y Simon Collier, es una copiosa y detallada investigación sobre la vida del extraordinario músico que renovó el tango, lo abrió al futuro y lo transformó en nuestra marca de fábrica.

Tal vez se trate de una clase no contemplada de nostalgia esa que aparece cuando la memoria regresa amorosamente a los instantes en que por primera vez se accedió a una lectura o se escuchó una música que nos cambió la vida. En el último caso, quien escribe suele repasar como uno de esos momentos sus primeras audiciones de la música de Astor Piazzolla, probablemente Adiós Nonino, Años de Soledad o Buenos Aires Hora Cero. Ignoro cómo será ahora, si a los oídos y a las almas de las nuevas generaciones les pasa lo mismo y pueden recibir esa suerte de “descarga sagrada” que provocaba escuchar Piazzolla a mediados de los sesentas, o si su música ya forma parte del medio ambiente o, lo peor, si tantos años entre Mona y Potro no han arruinado seriamente nuestra capacidad de percepción auditiva. Ahora que lo pienso, tal vez la música maravillosa de Piazzolla forma parte de ese universo de manifestaciones asociadas a la utopía a las que esta época les dio la espalda y que esperan la oportunidad para retomar dominio sobre los corazones cansados de reptar.

No viene mal acordarse aquí de que el “tango nuevo” de Piazzolla fue una expresión de rebeldía y deseo de cambio en una época en que esa clase de bendiciones existían en cantidad. Quienes comenzamos a saber de la vida en ese tiempo leíamos a los beatniks y a Cortázar y escuchábamos con igual devoción Pescado Rabioso y Libertango. Así, una generación que creció agobiada por el rictus tanguero y que, por ejemplo, veía los Grandes Valores de Soldán como a una transmisión funeraria, se reencontró con el tango y descubrió un vivo y reconfortante sentido de pertenencia gracias a Piazzolla.

Ahora, tantos años después, la ‘biografía no autorizada’ “Astor Piazzolla, su vida y su música” de María Susana Azzi y Simón Collier, que editó El Ateneo, ofrece la posibilidad de cerrar el dibujo y hallarle una explicación a esas cosas que entonces se vivían en directo.

A lo largo de sus páginas resulta apasionante asistir a la reconstrucción de una figura cuyo don musical propició tanta maravilla. Los piazzollistas fanáticos y adictos al mito pueden tomar contacto con el Piazzolla real, el que se crió en las calles del Lower East Side de Manhattan, y hasta muy entrada la adolescencia prefirió el vagabundeo a la música. Y además saber, por ejemplo, lo que le costó aceptar el bandoneón como instrumento; o cambiar esa imagen unilateral de genio bronco e inaccesible para incorporarle la de un hombre lleno de energía y humor, afectuoso, mano suelta y familiero. Aquellos que hayan conservado, en cambio, una actitud distante y desapasionada con respecto al músico, pueden entrar en contacto con el Piazzolla heroico, el que se enfrentó enérgicamente al obtuso establishment tanguero, abrió las puertas a la renovación, esbozó el futuro e hizo de su tango la marca de fábrica de Argentina.

El libro sobre Piazzolla de Azzi y Collier, pese a su carácter de biografía no autorizada, es hasta el momento el documento más exhaustivo que se ha escrito sobre la vida y la obra del gran músico. Es oportuno, ya que a diez años de la muerte de Astor ofrece la posibilidad de reconstruir su figura no sólo a través de las crónicas de los diarios o de lo mucho que se ha escrito sobre él en artículos o libros parciales, si no, sobre todo, a través de la palabra viva y directa de quienes lo conocieron. Expone las versiones de sus mujeres, sus hijos, sus amigos y una gran mayoría de los músicos que lo acompañaron en las diversas formaciones. Son retratos frescos, tomados de primera mano, y así la historia aparece contada desde adentro con la contradictoria pero querible figura de Astor en primer plano.

Enumero aquí, a gusto personal, algunas de las mejores partes de la investigación de Azzi-Collier. Sin duda, el ya indicado relato de la infancia neoyorquina, en especial la breve y emocionante relación que a los trece años Piazzolla entabló con Gardel. Luego los numerosos retratos que amigos y conocidos ofrecen del músico, los que siempre insisten en la tremenda energía de Astor, en su carácter habitualmente alegre y proclive a las bromas.

Otra línea atractiva es la de su itinerario sentimental. Primero, la entrañable relación con sus padres, Nonino y Nonina. Más tarde, el largo y feliz matrimonio con Dedé Wolff, del que nacieron sus hijos Daniel y Diana. Finalmente, la dolorosa ruptura, sus romances con Egle Martin y Amelita Baltar, y su pareja de los últimos años con Laura Escalada.

También resulta un capítulo importante el dedicado a reflejar la extraordinaria condición de Piazzolla como músico. Allí hay algunas emotivas descripciones de la transfiguración que el bandoneonista experimentaba al tocar, como la que hace el percusionista “Pocho” Lapouble: “Yo lo tenía parado delante mío, de espaldas a mí, y lo veía contorsionarse y moverse, era una anguila… realmente tocaba con todo el cuerpo…” O bien la de un espectador que lo vio tocar en Viena: “Larga su aliento, suspira, susurra, llora y piensa junto con el bandoneón, descansa en sus melodías, se entrega a soñar con él, hace temblar el fueye marcando el compás sobre la madera negra, y de repente lo mira sorprendido desde arriba como si estuviera conteniendo entre sus manos un grito…” (págs. 260-261)

Otro capítulo atractivo y esclarecedor es el que refleja la pródiga simbiosis creadora del trío Piazzolla-Ferrer-Baltar.

Por último, aunque algo exigua, es instructiva la reconstrucción del cosmos tanguero de los ’40 y ’50, con su notable desfile de figuras tan importantes e inexploradas como Pichuco, Pugliese, Stampone, Salgán, Goyeneche, Rivero y otros. A lo que se suma, por supuesto, la legendaria guerra entre el tango tradicional, con Juan D’Arienzo a la cabeza, y la revolución piazzolleana.

En fin, como está dicho al comienzo de esta nota, “Astor Piazzolla” de Azzi y Collier, diez años después, se lee como la imprescindible reconstrucción de la figura de uno de los creadores más extraordinarios e influyentes que tuvo la Argentina.