El genio irrepetible

26 de Abril de 2002
Año XXI Nº 1322
Edición del 27-04-2002
Publicación semanal de Editorial Perfil

Iluminado. Una biografía con todo sobre Piazzolla: un joven que quería tocar música clásica y jazz, y terminó revolucionando el tango.

“Astor Piazzolla. Su vida y su música”, de María Susana Azzi y Simon Collier. El Ateneo, 526 págs. $ 27.

En su infancia y juventud ya parecía “tocado por la varita mágica”, según la expresión popular. Nacido en Mar del Plata pasó toda la niñez en Nueva York, donde lo protegían pibes de la Mafia. Si alguien le hacía un retrato en la calle, era Diego Rivera. Si cruzaba su camino con Carlos Gardel, participaba en una de sus películas. Decidido a ser músico clásico o de jazz, “Nonino”, su padre motociclista y mecánico, lo inclinó hacia el tango.

Los incontables vericuetos de la vida de Astor Piazzolla son recogidos en un libro de impecable estructura por una autora argentina y otro estadounidense, que filtraron una masa enorme de entrevistas directas y fuentes secundarias. El libro fascina con la energía de una novela balzaciana o arltiana: los primeros despuntes con el bandoneón, la agresión feroz de la tanguería tradicional (alimentada por sus propias declaraciones), la búsqueda de un equilibrio que pasaba a su contrario: la inestabilidad de la creatividad genial. Sobre todo a partir de la muerte del padre, que generó su tema más sentido: “Adiós, Nonino”, compuesto entre sollozos y después orquestado de mil maneras a lo largo de los años.

Troilo, Pugliese, Goyeneche, el Quinteto, el Octeto, el Noneto. Y sobre todo los viajes y giras innumerables, impulsadas y complicadas por una personalidad volcánica. “Si la mayoría gustase de mi música no habría sabido qué hacer. Prefiero que el público no pensante nunca se interese por ella”, declaró.

Por suerte el libro no es una “biografía autorizada”: incluye las luces y sombras. Desde el carácter mercurial de Piazzolla hasta las tensiones y distancias con sus dos hijos, y sus declaraciones o actitudes provocativas, de las que después se arrepentía. Tuvo públicos fieles, como el brasileño, y esquivos, como el norteamericano, que suele bordear la esquizofrenia en su autosuficiencia y volatilidad. Su última mujer, Laura, le dio la pared de tranquilidad que necesitaba, construida sobre todo en su refugio de Punta del Este. Pero aún allí, en medio del sol y los bosques serenos, se distendía… pescando tiburones.

Los últimos capítulos aprietan el acelerador a fondo. Son una vorágine infernal de viajes y compromisos: música de películas, partituras, éxitos, fracasos, armado y desarmado de conjuntos.

A esa altura casi rogaba la paz, pero le fue esquiva: un derrame cerebral lo derribó en París, el 5 de agosto de 1990. Siguieron 23 meses terribles de agonía, muy duros de leer, hasta las 23.30 del 4 de julio de 1992.
En la energía satánica, en el humor a veces pesado, en la catástrofe casi buscada con tesón, tenía mucho del país que había engendrado a este genio de la música a secas, sin categorías.

Por Elvio E. Gandolfo

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